lunes, 18 de junio de 2012

Notas de un cazador de ladrillos

“Le escribo desde una unidad de cuidados intensivos. Cuando me acuerdo cómo llegué acá empiezo a reírme, y no puedo hacerlo, porque estoy lleno de traumas”.

Él decidió hacer una ampliación en su casa, una buena ampliación: ¡en ladrillo!, pero ni le pasó por la cabeza comprar los ladrillos. ¡Solamente robarlos! Vivía en un sitio muy retirado de la ciudad y cerca había una construcción en curso. Llevaba muchos años. Después de investigar toda la vecindad, sólo en aquella construcción encontró ladrillos “libres”, sin embargo estaban en el sexto piso de esta eterna obra. En un inicio pensó que tendría fuerzas suficientes para subir y bajar doscientas veces (a las personas les nace una fuerza perdida cuando se trata de obtener algo de gratis). Después, lo que habla bien de su honor e inteligencia, decidió estudiar mejor la situación; de pronto podría encontrar una mejor manera de bajar los ladrillos, más interesante que correr de arriba abajo a un sexto piso con un balde. Lo estudió bien y llegó a la conclusión de que tal método existía. Los trabajadores habían elevado los ladrillos de una manera muy ingeniosa: con un barril de madera. El barril pendía de un cable. El cable pasaba por una polea, sujeta al sexto piso. Los de abajo a su vez, utilizaban un cabrestante o winche. Ya que el winche se lo habían robado hace algún tiempo (los mismos trabajadores), al finalizar la jornada de trabajo los constructores amarraban a un gancho enterrado la punta del cable, dejando el barril arriba, para que no se lo robaran. No se podían ni imaginar lo que alguna vez sucedería.

Nuestro héroe decidió usar el barril.

A pesar de que relato la carta con mis propias palabras, no soy capaz de cambiar una de las palabras del autor. Recordando aquella tarde que precedió a la unidad de cuidados intensivos, escribió: “Oscurecía”. De todas maneras las personas en lo más profundo de su espíritu son poetas, escritores. Semejante introducción me indujo la idea de que iba a leer las “Notas de un cazador de ladrillos” de Turguenyev. De suerte que… ¡Oscurecía! El pobrecito subió al sexto piso. Cargó con ladrillos el barril. Naturalmente lo cargó al máximo, para minimizar el número de bajadas. Y desde luego, lo sobrecargó. En las economías de los países civilizados a esto lo llamarían una “planeación incorrecta”. 

Bajó. ¿Recuerdan? ¡Oscurecía! Por seguridad (para que el barril no se escapara), amarró el cable a su mano derecha y desamarró la punta del gancho. Debido a que el barril sobrecargado resultó ser mucho más pesado que él mismo, si oscurecía o no oscurecía ya no tenía ningún significado. De acuerdo a las más fundamentales leyes de la Física, nuestro héroe empezó a izarse. Él no entendió de inmediato lo que le estaba sucediendo. Lo comprendió sólo cuando, elevándose sobre los pinos, vio el ocaso sobre el bosque. Por ello, mientras observaba el ocaso, no se percató que al pasar por el tercer piso la parte superior de su cuerpo se encontró con el barril. Debido al golpe casi pierde el conocimiento pero se las arregló y siguió subiendo. Cuando se aproximaba a la polea estaba convencido de que su vida terminaría, se quebraría todo los huesos. En medio del terror se echó la bendición con la mano izquierda. Sin embargo, para su felicidad, las leyes de la Física existen y en ese momento el barril golpeó la tierra. El golpe desfondó el barril vaciando los ladrillos, aligerándolo, y nuestro “poeta” con la misma velocidad voló hacia abajo. Confiesa que en este momento hubiera preferido haber ido al teatro, o a algún concierto con su esposa. Parece que estos pensamientos lo distrajeron y por eso no notó cuando, pasando por el tercer piso, se encontró de nuevo con su familiar barril. Éste le magulló su parte inferior. Por fin aterrizó sobre los ladrillos. Sobre “sus” ladrillos. Perdió el conocimiento.

El primer renglón del último párrafo me causó lágrimas homéricas: “No se cuánto tiempo estuve tendido sin conocimiento, para cuando me desperté ya había oscurecido, la Luna brillaba”. ¡Qué gallardía!, pensé, ¡se tomó el tiempo de disfrutar de la Luna! Cito más adelante: “Lo primero en lo que pensé cuando volví en mí y miré mi mano derecha, y sentí que algo halaba mi brazo dolorosamente hacia arriba, era: ¿para qué diablos amarré este cable a mi mano? Y lo solté. Escuché un sonido horrible, un sonido creciente de algo que se acerca. Cierta sombra volaba hacia mí. En unos cuantos segundos me golpeó, y de nuevo perdí el conocimiento. Esa sombra eran los restos del barril.”

Yo leí esta carta despacio, mientras me enamoraba de nuestro héroe y pensé: ¡cuánto sentido del humor se debe poseer para escribir de manera tan satírica desde una sala de cuidados intensivos y reírse de sí mismo!

Mijaíl Zadórnov
Traducción: Gabriel Calle

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